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“Hace unos días, Ignacio Sotelo expresaba en este diario su extrañeza por el hecho de que, en más de medio siglo de vivir entre alemanes, no hubiera encontrado a nadie que “hubiera sabido algo” acerca de los campos de exterminio y del asesinato de millones de judíos. Lo cierto es que la inmensa mayoría del pueblo alemán apoyó con fervor, y casi hasta el mismísimo final, al máximo responsable de la carnicería mundial y del Holocausto. Laurence Rees (recuerden su estupendo Auschwitz, Crítica, 2005) explora las razones de esa culpable adhesión en El oscuro carisma de Hitler (Crítica), una magnífica síntesis de casi veinte años de trabajo sobre el nazismo y su líder. Rees intenta descifrar los motivos por los que un personaje impulsado por el odio racial e incapaz de establecer relaciones personales normales, consiguió cautivar a millones de compatriotas, logrando que lo identificaran con el “destino” de Alemania, hasta arrastrarlos a la catástrofe. Rees afirma que la fascinación del líder carismático —que tiene que ver, siguiendo a Max Weber, con la presencia de un poderoso elemento “misional”— no anula la responsabilidad de los que le secundaron o de los que simplemente prefirieron mirar hacia otro lado. Porque uno de los grandes méritos de Hitler —que procuró no poner su firma al pie de ninguna orden de exterminio generalizado— fue “crear un sistema de destrucción que no exigía su autorización para todos los detalles”. Libro estremecedor que plantea cuestiones que siguen teniendo relevancia: “El deseo de ser liderados por una personalidad fuerte en una crisis, el anhelo de que nuestra existencia tenga algún propósito, la práctica adoración de ‘héroes’ y ‘celebridades’ y el deseo de salvación y redención no han cambiado en el mundo desde la muerte de Hitler”.”
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